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Yahweh (Salmo 8)

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Yahweh (Salmo 8)

“¡Oh Jehová, Señor nuestro, ¡cuán glorioso es tu nombre en toda la tierra! Has puesto tu gloria sobre los cielos…” (Salmo 8:1)

 

¿Cuándo fue la última vez que miraste al cielo y te asombraste de la grandeza de Dios y de todo lo que ha hecho? ¿Cuándo fue la última vez que reconociste tu debilidad y tu necesidad de Él? ¿Te has acercado a Él con humildad, reconociendo su poder? ¿Lo alabas con gratitud porque Él te ha redimido y te ha hecho parte de su pueblo?

 

David comienza el Salmo 8 reconociendo que Dios es majestuoso, que es su Señor, que es la máxima autoridad sobre todo lo que existe y que su gloria está por encima de los cielos. Reconoce que la grandeza de Dios trasciende todas las limitaciones humanas. Con sus ojos, David contempla los cielos —la luna y las estrellas— que señalan a un Creador Todopoderoso. Se pregunta: “¿Qué es el hombre, para que de él te acuerdes, y el hijo del hombre, para que lo cuides?” (v. 4). Es como si dijera: “Dios, si eres tan grande, ¿quién soy yo para que pienses en mí?” David muestra un corazón humilde que se siente inmerecedor de la misericordia de Dios. 

 

A través de las Escrituras, vemos que Dios ha revelado su eterno poder y deidad desde la creación del mundo, pero el hombre decidió vivir en rebeldía contra Él: 

 

“Pues habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y reptiles. Por lo cual también Dios los entregó a la inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones, de modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos, ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén.” (Romanos 1:21-25)

 

La Biblia es la gran historia de redención de Dios-el Dios del Universo acercándose a su creación para reconciliarla de nuevo con Él. No porque lo merezcamos, sino por su misericordia. El Dios Eterno se humilló y vino a morir por nuestros pecados para darnos nueva vida y compañerismo con Él. Filipenses 2 dice:

 

“...siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.” (Filipenses 2:6-8)

 

Cristo murió por los que no lo merecían y con su sangre compró para Dios gente de todo linaje, lengua, pueblo y nación (Apocalipsis 5:9). Por medio de Cristo, Dios el Padre nos ha dado una nueva identidad (2 Corintios 5:17), nos corona de gloria y honra (Salmo 8:5) y nos hace reyes y sacerdotes (Apocalipsis 1:6). Hemos sido creados para Su gloria (Isaías 43:7) y nuestro llamado más alto es alabarle.

 

Este salmo nos invita a una adoración sincera, humilde, que deja a un lado los ídolos y reconoce a Jehová como el único digno de alabanza. Nos invita a usar nuestros ojos para contemplar su grandeza, a maravillarnos por su misericordia, y a rendirnos ante Él con nuestras debilidades (1 Corintios 1:27) para que muestre su gloria y fuerza por medio de nuestra alabanza (Salmo 8:2).

 

David concluye el salmo repitiendo nuevamente la alabanza del primer versículo “¡Oh Jehová, Señor nuestro, ¡cuán glorioso es tu nombre en toda la tierra! (vs 8)”, recordándonos una vez más que nuestro Dios es grande y que Él merece nuestra devoción entera. 

 

No hay propósito ni llamado más grande que vivir para adorar a Dios. Que podamos dejar de lado todo lo que nos distrae, que volvamos a Él en arrepentimiento y le adoremos en Espíritu y Verdad (Juan 4:24) Que no nos olvidemos de cultivar un corazón que cada día se maraville de su grandeza.